La responsabilidad social, ética y moral
Episodio 6º del podcast LA SOCIEDAD SENTADA
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Y cuándo es necesario matar, se preguntó a sí misma mientras se dirigía hacia el zaguán, y a sí misma se respondió,
Cuando está muerto lo que aún está vivo. Movió la cabeza y pensó, Qué quiere decir esto, palabras, palabras, nada más.
Seguía sola. Se acercó a la puerta que daba al exterior. Entre las rejas del portón distinguió con dificultad la silueta del centinela, Aún hay gente fuera, gente que ve.
Un rumor de pasos detrás de ella le hizo estremecerse,
Son ellos, pensó, y se volvió rápidamente con las tijeras dispuestas.
Era el marido.
Las mujeres de la sala segunda llegaron gritando por el camino lo que ocurriera en el otro lado, que una mujer había matado a puñaladas al jefe de los malvados, que hubo tiros, el médico no preguntó quién era la mujer, sólo podía ser la suya, le dijo al niño estrábico que después le contaría el resto de la historia, y ahora, cómo estaría, probablemente muerta también,
Estoy aquí, dijo ella, y fue hacia él, lo abrazó sin reparar en que lo manchaba de sangre, o reparando, sí, era igual, hasta hoy lo habían compartido todo,
Qué ha pasado, preguntó el médico, dicen que han matado a un hombre,
Sí, lo he matado yo,
Por qué,
Alguien tenía que hacerlo, y no había nadie más,
Y ahora,
Ahora estamos libres, ellos saben lo que les espera si quieren servirse de nosotras otra vez,
Va a haber lucha, guerra,
Los ciegos están siempre en guerra, siempre lo han estado,
Volverás a matar,
Sí, si es preciso, de esa ceguera ya nunca me libraré,
Y la comida,
Vendremos nosotros a buscarla, dudo que ellos se atrevan a venir hasta aquí, por lo menos durante unos días tendrán miedo de que les pase lo mismo, que unas tijeras les atraviesen la garganta,
No supimos resistir como deberíamos cuando vinieron con las primeras exigencias,
Pues no, tuvimos miedo, y el miedo no siempre es buen consejero, y ahora vámonos, será conveniente, para mayor seguridad, que atravesemos camas en la puerta de la sala, camas sobre camas, como ellos hacen, y si alguno de nosotros tiene que dormir en el suelo, paciencia, antes eso que morir de hambre."
Con una colaboración muy especial, de Rosa García Diez, a
quien agradezco mucho su ayuda, hemos comenzado el episodio de hoy leyendo unos
párrafos de ENSAYO SOBRE LA CEGUERA, una novela publicada en 1995 por el escritor
portugués JOSÉ SARAMAGO, a quien se le concedió el premio Nobel de Literatura 3
años después, en 1998.
En la novela…
Una repentina epidemia ataca a las
personas que habitan en una ciudad y las deja ciegas. Las autoridades deciden
que para evitar los contagios tienen que poner en cuarentena a todos los
afectados en cuanto perciban que han dejado de ver. Para tenerlos controlados
los confinan en un antiguo psiquiátrico, de donde nadie podrá salir. Tampoco
nadie podrá entrar, si no es ciego, de manera que se acordona el edificio y una
guardia militar se instala a la entrada para acercar hasta las puertas la
comida diaria y para evitar cualquier intento de salida, que repelerán
disparando a matar.
Pocos días después, a los nuevos ciegos se añaden los ciegos de antes de
epidemia, los ya existentes en la ciudad. Así les atienden a todos a la vez y
no es necesario tener dos lugares para una misma cosa. Total, aunque se
contagien, ellos no se van a quedar ciegos, porque ya lo están.
En esa nueva situación, los ciegos se organizan por su cuenta. Cada cual trata
de buscar acomodo entre la gente que ya conoce. Por ejemplo, los ocho o diez
primeros en ser confinados se mantienen cerca unos de otros en la primera de
las salas que ocuparon. Sin embargo, la falta de comida, y el mal reparto que
se hace de ella, la falta de medicinas, el encierro y la llegada de los ciegos
de siempre, adaptados ya a vivir sin la vista, y la malicia y el abuso de
algunos de ellos conducen a una situación de sálvese quien pueda. Y a partir de
ese momento cualquier acción, por inmoral que parezca, está justificada. Sobrevivir,
cueste lo que cueste.
He elegido esos párrafos y esa novela porque en ella se pone
de manifiesto el funcionamiento de la consciencia de las personas, que es donde
cada uno debatimos y enfrentamos entre sí nuestros valores morales, nuestros
deseos, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Es ahí, en esos debates
internos donde aparecen nuestras contradicciones, donde tratamos de acoplar creencias,
pensamientos y actuaciones. Las actuaciones por lo general vienen guiadas por
ideas generales que desde pequeños vamos adoptando en función del entorno donde
crecemos y de los valores morales que aprendemos, que quedan grabados en
nuestra memoria y que marcan una manera de entender el mundo.
A medida que vamos creciendo, valores e ideas se van
consolidando, y a veces desmoronando. El ser humano es capaz de adaptarse a
casi todo. De manera que del mismo modo en que puede modificar sus maneras de
actuar en función del contexto en el que se mueve, también va adaptando su
manera de pensar, y en definitiva sus ideas, sus valores y su moral a las
nuevas situaciones por las que va pasando. De ese modo evolucionamos, y hoy
dejamos de creer en lo que ayer creíamos, o al revés. Por supuesto, también hay
personas que durante toda su vida apenas sufren cambios drásticos en sus ideas
y convicciones. Tal vez se deba al hecho de que no han cambiado mucho sus modos
y hábitos de vida, o tal vez porque nunca se han visto en una tesitura donde
está en juego la propia supervivencia.
Es en el contexto de los cambios de modos de vida, y sobre
todo en el de riesgo de perderla, en el que aparece con más claridad la
diferencia entre moral y ética.
Si se acepta la existencia de diferentes moralidades, y si se
comprende que el ser humano pueda sufrir cambios mentales o ideológicos a raíz
de sus propias experiencias, se puede entender que deje de lado antiguas normas
morales y abrace otras nuevas y diferentes. Lo que no tiene por qué cambiar es
el sentido de su ética, porque la ética está por encima (o debería estar) de
las normas, reglas y condiciones de vida en cada lugar, tiempo y
circunstancias.
Llego hasta aquí para tratar de entender cómo actúa el ser
humano cuando cree que lo que hace es lo que tiene que hacer, y que eso está
por encima de todo. Alguien tenía que hacerlo, dice a su esposo la mujer que ha
matado al líder del malvado grupo de ciegos que se ha hecho con el poder en el
lugar donde están confinados por cuarentena todos los ciegos de la ciudad.
Pero claro, una cosa es pelear y matar para sobrevivir y otra
bien distinta es hacerlo por causas menores. Cuando el desequilibrio entre el
motivo que la provoca y la acción que se ejecuta es patente, la ética no lo
justificará. Tampoco debería hacerlo la moral, aunque los individuos se acojan
a ella para tratar de ocultar los verdaderos motivos.
Pero nuestro análisis no consiste en examinar las acciones de
tanta gravedad como dar muerte a otras personas. Ni siquiera pretendemos
examinar esas otras acciones que constituyen de por sí un delito, aunque no
lleguen ni de lejos al de asesinato. Nuestro análisis pretende centrarse en
numerosas acciones malignas que con mucha más facilidad ejecutamos a diario,
dirigidos por nuestros idearios morales.
Entre esas acciones encontramos una larga variedad de
comportamientos sectarios promovidos por una teórica superioridad moral, que
tienen la intención de promocionar una determinada ideología política. Ahí
radica el comienzo de lo que podríamos definir como una estafa emocional que
busca su beneficio en conseguir seguidores que apoyen y voten a favor de la
ideología que propagan.
La estafa emocional tiene un beneficio ideológico muy grande.
Las tareas de adoctrinamiento utilizan mucho la presión sobre los elegidos y
además son muy machaconas y repetitivas. También suelen ser muy exageradas. Se
dramatiza el peligro y se extrema el desastre futuro si no se le frena al
oponente. Suelen empezar con un engaño inicial que genera confusión (cuanta
mayor es la ignorancia más confusión), luego hacen gala de la camaradería y
atraen hacia sí a los individuos fomentando una singular amistad, que de
ninguna manera debe romperse. A quienes se resisten se les busca para, en
apariencia, disfrutar el tiempo compartido, a la vez que se les aprieta para
que no rehúsen los compromisos que conlleva la camaradería recién instaurada.
Y una vez que éstos recogen las primeras cosechas, ellos
mismos comienzan a actuar como auténticos distribuidores de grano. La
militancia asegura la renovación de los distribuidores y la expansión de las
cosechas. Finalmente, todo se encauza y todas las aguas siguen el mismo curso,
como las de las cuencas de los ríos.
El adoctrinamiento crea una frontera mental a partir de los
grandes lemas que se repiten sin cesar en los cerebros adoctrinados. Tú pasas,
tú no pasas. El mecanismo del que se sirve es un patrón bipolar intransigente,
que no muestra ninguna duda a la hora de clasificar los contenidos que le
llegan. Tú sí, tú no. De ese modo es capaz de filtrar, de manera rutinaria y
sin ninguna sombra de duda, todo cuanto le llega. El cerebro adoctrinado
procede igual que un bot, aunque para ser justos, habría que concederle la
prioridad, ya que el bot se ha unido después al grupo de los repetidores. Así,
que rectifico. El bot es un cerebro adoctrinado. El bot es un cerebro simple.
El adoctrinado también.
Volvemos al enfoque desde el punto de vista de la
responsabilidad social. ¿Podemos esperar que un cerebro adoctrinado asuma su
responsabilidad? No.
¿Podemos esperar que un manipulador de bots asuma su
responsabilidad social? Sí.
¿Qué podemos entonces esperar de un bot? Que sea fiel.
¿Solo eso? Solo eso.
Queda claro. El cerebro humano es responsable de su
comportamiento social. Si miente para conseguir un propósito por bueno que
parezca y a pesar de que se escude en sus reglas morales, éticamente no ha
obrado bien y su actuación es reprobable.
El cerebro adoctrinado no es responsable de su comportamiento
social. Si miente, él no lo sabe. También desconoce si en sus actos hay
intenciones malvadas. Su propósito es servir al país a través de las órdenes
que recibe de su líder, a quien debe lealtad.
Este es el panorama.
Seguidores de luces. Combatientes por acto reflejo o por
creencias en falso. Hay muchos casos en los que los individuos son utilizados
por los líderes a cambio de nada, o como mucho a cambio de hacerle creer al
individuo que pertenece al grupo, que se cuenta con él.
Eso no es poco, para muchas personas ese sentimiento de
pertenencia es muy importante, es un anhelo vital. El resto tiene bastante con
creerse que son miembros. A quienes cuentan, lo único que les interesa es que
los de atrás hagan masa, y que cuando convenga que hagan ruido.
Masa de la masa. Fidelidad unidireccional. Masa doble. Y a
veces, solo para mantener una autoridad aparente que en verdad no se tiene. Es
triste. Pero la ilusión se encarga de mantener el ánimo.
En el caso del activismo político se da con mucha frecuencia
la entrega ciega. En la novela que ha servido para adentrarnos en esta
reflexión, dice la mujer que ve: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que
estamos ciegos. Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven.”
Las redes sociales están llenas de ciegos que ven, ciegos
porque no leen lo que ven.
No hablo de las personas que actúan bajo el influjo de la
ambición, del egoísmo o de la necesidad, sino de las que actúan siguiendo
simplemente unas normas morales. Y hay tantas.
El resultado de esta mezcla de modos de ver y de actuar en el
mundo de hoy, es que cada día nos encontramos en situaciones en las que tenemos
que tomar decisiones con respecto a terceras personas, que al igual que
nosotros, actúan conforme a sus creencias y normas morales. Si cada persona
actuara solamente siguiendo esa moralidad, porque pensara que su moralidad está
por encima de la moralidad de los otros, no habría nunca ni entendimiento ni
respeto entre nosotros.
Precisamente, es lo que quieren quienes insisten en
refregarnos en la cara nuestras supuestas normas morales para que nunca
olvidemos cómo hemos de actuar. La manera que ellos tienen de hacerlo es pues,
mantener siempre caliente las diferencias, que no se nos olviden que los otros
no son como nosotros, que no piensan igual, y que sus ideas morales son
prejuicios y no valen nada, e incluso se les tacha de amorales, porque, nos
justificamos, todo lo que hacen lo hacen para enriquecerse, para tenerlo todo en
sus manos, para oprimir a los que no piensan como ellos… para…para.
Yo, paro. Usted puede añadir a esa lista todo lo que desee.
Ahí está el punto de inflexión del activismo político. Si los
activistas, y sobre todo quienes promueven y alimentan el activismo, no ven
motivos éticos que limiten y frenen hasta un cierto punto la propaganda
ideológica; si el activismo y sus jefes se saltan todas las barreras éticas y
empujan y obligan a los de abajo a saltárselas también, si obligan a los de
abajo a mentir, a manipular datos y hechos, a estafar sentimentalmente a
personas indefensas, a tratar de engañar a la ciudadanía para conseguir votos o
seguidores; si actúan de esa forma tan rastrera pierden toda la razón moral en
la que se apoyan, y pierden también la decencia y la honestidad.
Quien hace eso es porque no alberga en su interior la más
mínima duda, es porque cree ciegamente que está en posesión de la verdad más
absoluta, y es sobre todo porque carece de ética.
No estoy en contra del activismo político y mucho menos en
contra de quien lo hace por convicción ética o moral. Al contrario, me parece
que es una manera muy importante de participar y colaborar en el desarrollo de
una sociedad mejor, y por lo tanto es una iniciativa que apoyo. Lo que no apoyo
es que algunos activistas se escondan debajo de la falda de mamá moral para
permitirse hacer trampas, engañar y estafar a quienes les leen o escuchan, y al
mismo tiempo tener paz consigo mismo y no sentirse nunca responsables de sus
acciones.
Lo que no apoyo es la idea de que el fin justifica los
medios, y mucho menos apoyo la universalidad de esa frase. Mejor sería que cada
cual decida por sí mismo si lo que hace está justificado o no por lo que logra
con sus acciones, pero valorando todo, lo positivo y lo negativo, y que lo haga
asumiendo personalmente las consecuencias de sus actos y no las eluda poniendo
por medio excusas como que es una orden de arriba o que sus valores morales le
obligan y por supuesto le protegen y eximen de sus responsabilidades como
persona.
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