jueves, 30 de mayo de 2024

 






La moral y la ética en la literatura

Episodio 0007 del podcast La sociedad Sentada

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Sería arduo determinar cómo penetró la idea en mi cerebro; pero, una vez concebida, me persiguió día y noche. Propósito no había ninguno. Pasión, ninguna. Tenía cariño al viejo. Nunca me había hecho daño. Jamás me había insultado. Su riqueza no me interesaba. Creo que fue su ojo lo que me perturbó. ¡Sí, eso fue! Tenía el ojo de un buitre, un ojo azul pálido, recubierto de una telilla transparente. Cada vez que posaba en mí su mirada, se me helaba la sangre; y así fue como poco a poco, de modo muy gradual, decidí quitar la vida al anciano y librarme del ojo para siempre.

Vayamos a lo central del asunto. Se me tacha de loco. Pero los locos no saben nada. A mí, por el contrario, deberíais haberme visto. Deberíais haber visto la sabiduría con la que procedí, la cautela, la previsión... ¡y el disimulo con el que acudía a trabajar!

El corazón delator, de Edgar Allan Poe


Continuamos hablando sobre el comportamiento de las personas en función de sus valores éticos y morales, y sobre la responsabilidad que recae sobre sus acciones. A través de ficciones literarias nos trasladamos a escenarios más duros en los que los personajes acaban cometiendo los mayores delitos que cabe imaginar. Es lo que sucede en el relato con el que hemos abierto el episodio de hoy. Un relato breve que lleva por título El corazón delator, y que está escrito por el gran Edgar Allan Poe, autor también de El gato negro, otro cuento clásico tan desconcertante como el que acabo de citar, y de muchos otros relatos que tienen en común adentrarse en los corazones y en las mentes de personas que mantienen dilemas internos a causa de su acciones y comportamientos. 

No obstante, abandonamos por unos minutos la ficción literaria, que nos permite exagerar en cuanto a los dilemas éticos de los personajes, para situarnos en las mentes de quienes se dedican a propagar bulos, mentiras para hacer daño a los contrarios, sin importarles que finalmente será la sociedad, y todos los que la componemos, la que reciba el daño mayor.

Por eso hay una parte de la sociedad que trata de contener esa avalancha de ruido y fango. Para la mayoría de las instituciones, empresas y personas que pelean contra la desinformación, la estructura abierta y la permisividad de las redes sociales han complicado mucho el panorama de la información. La libertad de expresión es un gran avance que no puede ser revocado, pero al mismo tiempo es un gran reto para quienes pretenden que la información sea veraz y responsable. Y para ello aprietan a los propietarios de las redes para que establezcan los controles necesarios para detectar posibles delitos o faltas cometidas por quienes aportan información falsa con el ánimo de engañar y obtener beneficios a cambio. Ardua tarea, pues en estos casos no se trata de actividades delictivas basadas en la obtención de rendimientos dinerarios o económicos, sino en la de propagar bulos, datos falsos y mentiras que dañan la imagen pública del adversario. Estamos hablando de posibles casos de maledicencia, calumnia o difamación. Y eso no es ético, eso no debe hacerse. Desinformar a propósito para ensuciar al contrario no beneficia a la sociedad, porque ensucia a todos. La fidelidad no puede suplantar a la honestidad. No hay ética ni moral que sustente eso, aunque haya personas que retuercen las palabras y sus significados para lograr un fin que justifique los medios. 


Pero para muchos políticos lo importante es acusar al otro. No importa de qué. Tienen detrás una legión que lo va a repetir sin cuestionarse la verdad, a pesar de que se haya visto en directo a través de la televisión o se haya mantenido en un hilo candente en las redes sociales, y por lo tanto todo el mundo ha podido ver y oír lo que dice o escribe cada persona.

Parece que no importa nada. Los que les tienen que creer les creen, sin necesidad de conocer los datos reales. Los que siguen la cuerda no necesitan saber. A la masa le basta con aplaudir y jalear, y a la minoría dirigente con disimular, como si nadie hubiera contestado sus argumentos ni demostrado nada en contra de sus afirmaciones o acusaciones.

Maquiavelo escribió sobre esto hace varios siglos. El texto de El Príncipe se refería a los gobernantes de entonces. Creíamos que ese periodo de la historia, sobre todo en lo político, estaba más que superado por las democracias, pero curiosamente no lo está. Sigue habiendo muchos príncipes y demasiados personajes maquiavélicos.

Estamos viviendo una época muy sombría, de pocas luces, que recuerda tiempos de siglos pasados. Parece que hemos vuelto atrás. Se valora más la apariencia que el conocimiento. Damos credibilidad a lo que deseamos y se la quitamos a lo que vemos. El exceso de información ha rebajado la importancia del conocimiento. El oscurantismo, la radicalidad, la negación y la polarización están por encima de todo. Y yo me pregunto, ¿a quién beneficia todo esto?


Volvemos a la literatura. En esta ocasión, para aportar diferentes visiones sobre la responsabilidad social, la ética, la moralidad, la honestidad, la lealtad y la fidelidad, he elegido un pequeño grupo de novelas y relatos que de una u otra manera plantean el dilema.

La literatura ofrece una gran muestra de ejemplos donde analizar estas situaciones. Elijo los autores y textos por mi propio gusto, pero hay muchísimas novelas y cuentos en los cuales el dilema moral es un punto de confluencia. Hay muchos más. Espero que mis elegidos sirvan como ejemplo y también que se animen a leerlos si no lo han hecho ya.

               


                              

El hombre solo

Bernardo Atxaga

          

Un terrorista, fugado de la justicia, vive día y noche oculto en un lugar apartado donde apenas se acerca nadie. Su día a día está lleno de miedos y temores. Cualquier sonido le hace estremecerse. Sabe que lo buscan. Sin embargo, tiene momentos muy cortos, de cierta paz, cuando se sumerge en la profundidad de una charca próxima al lugar donde se esconde. Ahí, en esa situación, Carlos, el principal y casi único personaje de la novela, deja de escuchar hasta su propia voz, porque el ruido del agua que se cuela por la grieta del fondo apaga los demás sonidos.

Sólo así logra apagar la voz que martillea su cabeza sin cesar, recordándole los terribles sucesos y alejándolos del olvido.

La novela está dotada de un perfecto ritmo, que crece en intensidad al mismo tiempo que el desarrollo de los acontecimientos, y también de un admirable estilo, salpicado de pausas que nos invitan, continuamente, al respiro y a la reflexión.

 “El hombre solo”, es un relato que mantiene en todo momento un alto interés.   La historia se desenvuelve en el contexto del verano del 82 en la Barcelona mundialista. Boniek, Sócrates, Maradona y demás futbolistas sirven como telón de fondo para el análisis de cuestiones políticas y sociales muy próximas a todos nosotros, y que son examinadas con la agilidad y la frescura propias del autor.

La tensión narrativa del texto de Atxaga nos arrastra hasta implicarnos en los vaivenes mentales de esas personas para las que el peligro es algo cotidiano y que por lo mismo añoran una vida normal. Y es ahí, en el interior del cerebro de Carlos. donde el autor realiza el ahondamiento de mayor calado.

En esa cabeza se dan cita, se mezclan y se confunden múltiples personajes. El meticuloso ex-comandante de zona, que sigue siendo fiel a las enseñanzas de su maestro, el activista educado en la convicción de su ideario, el héroe, la rata, el asesino, el villano. Creencias, temores, deseos, proyectos, sueños, miedo. Me quedo con la desesperanza.

Carlos es un hombre agarrado al presente porque es lo único que tiene; porque quiere olvidar su pasado, y porque carece de futuro, y, como el héroe de la tragedia griega, avanza guiado tan sólo por los augurios cargando sobre sus espaldas, solo, tremendamente solo, el terrible peso de la responsabilidad.

Y, sin embargo, el presente no le pertenece, porque el torrente de los acontecimientos le arrastra sin que pueda hacer nada por evitarlo. Es el destino. Y es la utopía en forma de vieja luchadora. Y los textos de Rosa Luxemburgo, que mitigan la traición y que presagian la tragedia final: "Némesis, lo mismo entre nosotros que en cualquier otro lugar, no hiere al más culpable, ni siquiera al más peligroso, hiere al más débil".

Una historia de espera, de impaciencia, de angustia. El lento pasar de los días, las horas, los minutos.

Y finalmente, cuando acaba la cuenta atrás: la señal; y entonces, el ritmo se hace trepidante; y el aluvión, inexorable, que arrastra a su paso y se lleva con él a los menos enraizados, a los más débiles, y tal vez, entonces, se cumplan los presagios.





Ensayo sobre la ceguera
José Saramago

Por supuesto, es un libro que recomiendo leer. Ya lo he resumido en el episodio anterior, así que ahora solo quiero añadir algunos comentarios propios.  

Se trata de una novela inquietante que nos hace reflexionar sobre la humanidad, sobre nuestras actitudes y nuestros actos, sobre nuestros valores éticos y morales. Una novela de mucho calado, muy propia del autor, el Saramago observador y crítico, el Saramago que profundiza en nuestras conciencias para que no caigamos en la autocomplacencia, el Saramago de “El año de la muerte de Ricardo Reis” el de “El evangelio según Jesucristo”, o el de “La caverna”, por citar solo algunas de sus obras más contundentes.

“Ensayo sobre la ceguera” se sitúa, como ya he comentado al comienzo, en una ciudad donde de repente aparece una epidemia que deja ciegas a las personas. Ciegos de ahora y de antes son encerrados y sometidos a una dolorosa cuarentena, donde sobrevivir se convierte en la única preocupación. El abandono por parte del estado, los abusos de los más fuertes y la desidia y crueldad de los guardias ponen en evidencia a la ética y a las normas morales, que acaban siendo sustituidas por el instinto animal más primario. 



 

Por último, voy a citar cinco novelas, todas ellas protagonizadas por un personaje muy reconocible en el ámbito de la literatura. Se trata de Tom Ripley, personaje creado por la escritora norteamericana Patricia Highsmith.


El talento de Mr. Ripley”, publicada en 1955, es la primera novela de la serie.

 

Tom Ripley es un joven norteamericano que malvive trampeando hasta que un día se le presenta una oportunidad para cambiar su vida y la aprovecha.

A partir de ahí, se convierte en un hombre con encanto, a pesar de que le sobreviene con frecuencia la duda y le posee una cierta ambigüedad. Y se hace un hombre refinado, elegante, ingenioso y soñador, aunque le gobierna un interior caótico que se deja arrastrar por el lujo, el dinero y la diversión.

En cambio, mantiene la moral, y el sentido de la empatía y de la ética de cuando trampeaba en su país natal. Así que, por encima de sus virtudes, son sus vicios quienes le arrastran.

Así que un día necesita matar, y mata, solo para mantenerse en el falso estatus que ha alcanzado gracias a fingir y a haber suplantado la personalidad de la víctima.

Y de ese modo el héroe se convierte también en asesino, aunque a los ojos del lector mantiene la apariencia de una persona débil. Lo justo para que lo veamos como un ser desamparado y, aunque sea por pena, mostremos alguna comprensión y acabemos por culpar a la víctima.

Pero a la vez, la autora también nos presenta a Tom como un hombre sin principios, que aparenta justo todo lo contrario para obtener beneficios, y nos mete de lleno en el dilema moral. El mismo dilema que se dirime en la mente del personaje. Allí donde podríamos averiguar si el personaje es consciente de que actúa de un modo maligno y falto de toda ética y moralidad; o es un mentiroso patológico, cegado por el complejo de inferioridad que padece y motivado por la envidia, que es la que provoca la ira que gobierna sus impulsos. 


Esa fue la primera aparición de Ripley. Después fueron apareciendo las cuatro novelas restantes:

La máscara de Ripley / Ripley bajo tierra (1970)

El juego de Ripley / El amigo americano (1974)

Tras los pasos de Ripley / El muchacho que siguió a Ripley (1980)

Ripley en peligro (1991)


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